martes, agosto 10, 2010

Mundos perfectos

Ignasi de Llorens

La búsqueda de la utopía ha creado sangrientos equívocos y algunos gestos heroicos. Empeñarse en ella es poco recomendable, viene a ser como tener un modelo de mujer perfecta y bajar a la arena a encontrarla. Cualquiera puede darse cuenta de que es inevitable el fracaso. Al principio uno suele engañarse, no se reparan en esos primeros desajustes respecto del modelo, pero con el tiempo... y luego viene el drama. Esto no significa que haya que contentarse con cualquier cosa, con la primera que llega, ni tampoco que deba uno ponerse muy exigente, porque se corre el riesgo de quedarse para vestir santos. Así nos lo explicó Turgueniev en su obra teatral Por hilar muy fino. Cuando el protagonista por fin se decide a declararse, se encuentra con que un rudo y simple campesino ya le ha levantado la pieza. Claro que en nuestros días el campo no da ejemplares de estos, pero tampoco ellas aspiran a tanto, se contentan con un diseñador cualquiera. Y es que ellas son más sabias y saben sobrevivir mejor. Cuando se equivocan y quieren rectificar los hombres no lo toleran de buen grado y algunos llegan incluso a aniquilarlas. No se tolera la sabiduría.

Suele ser también común pensar que la utopía estuvo en el pasado, “ pues si vemos lo presente...” como escribió Jorge Manrique. El gran Lee Marvin en una de esas excelsas películas de vaqueros, recordaba con dulzura a una antigua novia, se refería a ella como “el ángel de las montañas”. Pero, claro, volvió a encontrársela y pudo comprobar, desolado, como se había convertido en una mujer vulgar y malhablada. Así le pasaría a alguien que hubiese bajado de la sierra para derribar al dictador cubano Batista y al cabo de un tiempo regresara a Cuba, su ángel de las montañas, y observara el resultado de aquellos afanes libertarios.

Los paraísos perdidos pueden ser paraísos porque están perdidos. El anacronismo se convierte, pues, en condición sine qua non de la utopía. Pensar en la posibilidad de volver a implantarlos es muy juicioso siempre y cuando se contemple la posibilidad de volver a nacer. En la época en la que cualquier célula puede ser madre da miedo proponer un renacimiento. Nos queda la posibilidad utópica de proponer y porfiar por un Renacimiento cultural, como aquel que sucedió a la edad media. Pero ahora que la edad media de cualquier mortal occidental se alarga tanto, pues “largo me lo fiáis”. Pero no lo descartemos tan pronto. Para un Renacimiento necesitamos: considerar a la época presente como oscurantista, eso está hecho; proponer que el Papa se dedique a financiar obras de arte y abandone esas campañas contra los preservativos y los homosexuales, es cuestión de insistir hasta convencerle; que las ciudades se liberen de las naciones y de los príncipes, del todo imprescindible; que las chicas abandonen el modelo de belleza basado en sucios tatuajes y en colgarse elementos de ferretería, eso que se llama percing y que parece el nombre de un general norteamericano, y se miren en el gentil espejo de las madonas; y, lo más importante, que se generalice el uso de la mandolina y el verso rimado. Hay que procurar que la peste y las plagas no entren en las nuevas ciudades libres, de forma que no se admitirá ningún tipo de música que tenga nombre gastronómico, ni salsa ni merengue... y el llamado rock será considerado como signo de barbarie. Si a alguien le da por decir que es un creador de puestos de trabajo se debe hacer con él lo que Platón propuso para los poetas que hubiese en su ciudad ideal, acompañarlos amablemente a la puerta. ¡Puestos de trabajo! ¡Renacer para esto!.

Hay que llevar cuidado, mucho cuidado, con proponer regresos forzados a paraisos perdidos. En las cuevas de Formentera los hippies que se refugiaron en ellas huyendo del mundanal ruido acabaron buscando un enchufe donde conectar la guitarra y escarbando en las venas para hallar la dicha a través de agujas hipodérmicas.

Y aquello de buscar tierras lejanas donde empezar de nuevo y bien, ya quedó probado a principios de del XIX que desembocaba en el aburrimiento soberano. Todo el día en la Comuna, la Icaria, el Falansterio, el Familisterio... saludando con sonrisas beatíficas :”¡Buenos días amable conciudadano!” ¡Qué espanto!. Si hasta de los mares del sur regresaron los amotinados marinos de la Bounty aunque les esperase la horca en Londres... Pero si alguno no aprende en cuello ajeno, que vaya deshaciendo el equipaje, porque los mares del sur están hoy poblados por hoteles y tiendas de souvenirs .

Un mundo perfecto paralizaría la vida, es decir, implantaría la muerte, que es lo acabado del todo, mientras no se demuestre lo contrario. Pero para llegar a la implantación de la sociedad ideal ya habría sembrado de cadáveres los caminos. Sólo los perfectos vivirían en él, los demás, Dios sabe donde habríamos quedado. Fabricar hombres a medida del mundo perfecto desemboca en una sangría. Hay formas de suicidio colectivo más interesantes y no me refiero a encerrarse en una discoteca.

Empero, del pecho brota el grito que exige justicia y clama por la libertad, precisamente por eso hay que evitar pensar que un día llegará... y alimentarse de la esperanza, pues sólo pueden creer en ella los que tengan fe en el paraiso, sea éste terreno o se trate de una parcela en el limbo. Hay que abrir camino en las selvas de asfalto, en las cadenas de producción, en los sofás frente a los televisores..., no queda otra solución para llegar a otra parte donde no suceda lo que ahora sucede, ni vuelva a pasar lo ya sucedido. El deseo de utopía sólo puede ser salvado en la medida en que agite la imaginación para crear y descansar, sabiendo que no siempre se puede estar creando ni descansando. Para esto último hace falta primero fatigarse, aunque sea un poco, siquiera para no caer en la paradoja del vago. Para crear basta con unos instantes de vez en cuando, de lo contrario sería un suplicio. Un poeta que estuviese todo el día dale que te pego sería un horror del que habría que liberarse como la tribu de Asterix suele hacer con el dichoso bardo.

Cada uno debe tener sus vislumbres de algún mundo perfecto, ligeramente perfecto, es decir, ligeramente imperfecto. Algunos afortunados guardarán en su memoria un atardecer en la orilla de una playa junto a la amada. Yo tengo para mí el recuerdo de un viejo zapatero remendón que en los bajos de un edificio, en una pequeña estancia, tenía organizado un taller. El mismo se hacía la cola de pegar según una fórmula que había heredado de su padre. Sus manos de dedos dislocados por el oficio jugaban con los viejos zapatos mientras un perro dormitaba sobre un saco y un viejo transistor borboteaba antiguas baladas. Y hace poco pude entrar en otro mundo perfecto, una tienda que ha sobrevivido a la desolación del Progreso. “Herederos de...” rezaba el cartel de madera que presidía el frontispicio. Una vez dentro parecía que se llegaba al umbral de otro mundo. Las telas dormitaban en estantes de madera. Las había que estaban erguidas y enrolladas. Dos mujeres de eso que se llama mediana edad, dos hermanas de voz dulce, atendían a la clientela. Hablaban de las excelencias de cada tela y aconsejaban a los clientes sobre como hacer un cojín o una cortina. Si el encargo prosperaba se ofrecían a enviarlo a las costureras.¡Costureras! A lo que parece había un piso donde unas costureras iban cosiendo. Sentí deseos de ofrecerme como chico de los recados: de la tienda de telas al piso de costureras. Un día merendando con las dulces dependientas y otro con las maravillosas costureras, llevando telas y trayendo cortinas. Y vivir envuelto de versos sencillos y humildes:”aquí pondremos una sisa”, “qué bien quedaría un despunte sobre el terciopelo”.

El mundo imperfecto en el que habitamos nos condena a soñar con un mundo perfecto. Hay que librarse de esa condena, que es el reverso del paraiso, es decir, el infierno; zafarse de ese destino y de este mundo para liberar el deseo y evitar que deseando lo contrario se siga obedeciendo y viviendo lo invivible. Tentado estoy de lanzar la consigna definitiva y redentora. “¡Costureras del mundo, unios!” Pero entonces desaparecería el encanto, que consiste precisamente en ignorar que ellas son el mundo perfecto. Así seguirán siendo y creando fabulosos cojines sobre los que descabezar un sueñecito reparador, en los que anidar nuestros sueños. En una de sus memorables clases en los barracones de la universidad de Vincennes decía François Chatelet que los planos servían para perderse, podríamos pensar, sin traicionar en exceso al maestro, que si existiera un plano de la felicidad, la felicidad consistiría en perderse. Muy felices debíamos ser sus ocasionales alumnos porque resultaba difícil llegar al aula, y cuando conseguíamos dar con ella la encontrábamos abarrotada y había que sentarse en los dinteles de las ventanas o sobre los radiadores y disponerse a incubar.

Vivir más y mejor todos puede ser un digno propósito cuyo cumplimiento difícilmente va a caducar ni a hastiarnos. Esforzarse en ello puede resultar fatigoso, por eso es necesario que las costureras cosan sus almohadones en suaves telas.

Biografía: Ignasi de Llorens ,Barcelona,presente desde hace años en los medios libertarios, director de la veterana revista Polémica, colaborador de Archipiélago y Anthropos,autor entre otros títulos de "El último verano soviético", editado por la fundación Anselmo Lorenzo.

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